Miércoles, 26 de abril de 2023
Estoy acojonada. Sí, así como lo lees.
A-CO-JO-NA-DA. O sea, cagada de miedo, muerta de susto y, por qué no, una
poquita aterrada también. Mañana me voy a trabajar al norte de Canadá, casi en
zona ártica. Solamente puedo pensar en lo fuerte que me parece, especialmente si
miro hacia atrás. Y es que hace tan solo cuatro meses estaba empezando a salir
de una depresión. O como diría mi psicólogo Diego, de un estado depresivo, que
no es lo mismo.
La cosa está en que sentirme así me
hizo aislarme del mundo y alejarme de mí durante tres largos meses. Creo que
puedo decir que esa fue una de las etapas más oscuras de mis 29 años de vida,
si no la más oscura. Me vi superada por la tristeza y por la rabia de sentir
que estaba absolutamente perdida. A pesar de estar viviendo un momento en que
parecía que todo estaba en su lugar. Me había independizado -por fin- hacía
tres meses. Vivía en un barrio de Barcelona que me gustaba mucho. Me acababan
de hacer indefinida en un trabajo que me gustaba. Formaba parte de un equipo
donde me sentía validada, reconocida y cuidada, donde empezábamos a recoger los
frutos de un duro trabajo. Tenía una rutina agradable. Un perro sano y
maravilloso. Estaba en una relación estable que me hacía feliz.
Se suponía que tenía todo aquello que
debemos tener para ser felices y, aun así, algo no andaba bien. Hasta que llegó
el fin de semana de mi 29 cumpleaños y todo explotó. Adoro celebrar mi
cumpleaños. Tuve un fin de semana lleno de celebraciones, estuve rodeada de mi
gente, recibí regalos que me encantaron y comí mucha comidita rica. Se suponía
que debía ser la persona más feliz del mundo porque tenía todo lo que me hacía
jodidamente feliz y era mi cumpleaños. Pero no. Algo dentro de mí impedía que
mi niña interior chillara y riera de alegría con todo aquello que me rodeaba.
Ya no podía seguir ignorando ese
vacío, así que tuve que parar y mirar hacia adentro. Llevaba tanto tiempo
ignorando las señales que en cuanto paré a mirar, caí en el pozo más profundo
que jamás había visto. Y ni siquiera sabía por qué estaba ahí.
Al principio, era tristeza. Luego,
llegaron los miedos. Tuve miedo a cosas que jamás me habían supuesto ningún
tipo de problema y que convirtieron mi día a día en una guerra conmigo misma.
Lo hacían todo todavía más complicado. No me duchaba. No comía. No me movía del
sofá en todo el día. Solamente salía un par de veces al día para pasear a
Doohan, que es el mejor compañero que jamás tendré, pero si estás leyendo esto,
seguramente ya lo sabes. Doohi, te quiero y te echo de menos con toda mi alma
cada día que pasa, pronto volveremos a caminar juntos, mi cachorro.
El caso es que, cuando salía, lo hacía
tapada y sin apartar la vista del suelo para no cruzarme con nadie y volvía
rápidamente a mi cueva. Volvía a lo que yo creía que era mi entorno seguro, mi
comodidad. Pero desgraciadamente no hay nada seguro ni cómodo en una depresión
que te impone la rutina diaria de fusionarte con el sofá. Que te llena de
tristeza, desgana o miedo… hasta que llega su íntima amiga, la Nada. Una Nada
que arrasa con todo. Lo que ella no sabe es que, al arrasar con todo, deja a su
paso un lienzo en blanco. Te da una oportunidad para volver a comenzar de cero…
Y yo lo hice, vaya que si lo hice.
Me tomé tan en serio eso de empezar de
cero que mañana cojo otro avión. Sí, otro, porque hace un mes que cogí uno para
salir de mi Barcelona querida y me vine a Montreal, Canadá. Hace un mes que di
un cambio a mi vida y empecé de cero. Lo que yo no sabía es que iba a acabar
cogiendo un segundo avión que supondría otro cambio de vida. Y es que, como ya
he dicho, mañana me voy a trabajar durante seis semanas a una comunidad
localizada en el norte de Quebec, llamada Kuujjuarapik. Voy a trabajar como
educadora social en un entorno completamente distinto a todo lo que conozco a
día de hoy. No puedo evitar sentir miedo por absolutamente todo. No puedo
evitar hacerme mil preguntas: ¿Seré capaz de hacerlo? ¿Me superará la soledad?
¿Y si no soy capaz y quiero volver antes de tiempo? ¿Me adaptaré rápido? ¿Y si
no estoy preparada y me viene grande?... y como esos, una larga lista de
interrogantes regidos por el miedo.
Miedo, ese no tan viejo amigo. Aquel
que hace unos meses me paralizó por completo hasta destruirlo todo. Con el que
hoy camino de la mano, directa a subirme a ese avión que me llevará a vivir
vete tú a saber qué. Y es que como dice mi psicóloga favorita, si tienes miedo
no dejes de hacerlo, simplemente hazlo con miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario