domingo, 14 de mayo de 2023

El monstruo

 Lunes, 8 de mayo de 2023

Iniciamos la segunda semana. Ya no me siento tan perdida en el trabajo y, además, puedo decir que hoy he encontrado una de las piezas que me estaban faltando en el puzzle de este viaje. Llevaba toda la semana dándole vueltas a qué era eso que no me acababa de gustar. Qué era eso que me tenía incómoda dentro, pero también fuera del trabajo. Y creo que hoy he encontrado la respuesta. Y un poquito la solución.

Esto me lleva a pensar que la mayoría de problemas parecen mucho más grandes cuando no consigues acabar de identificarlos. Una vez identificado, el monstruo da menos miedo. Incluso cuando la solución sigue siendo difícil o no está ni en tus manos. Saber a qué te enfrentas, poder ponerle cara y ojos a aquello que no te hacía sentir bien es ganar media partida.

En mi caso, aquello que me hacía sentirme incómoda, dudar de si estaba en el lugar que me correspondía o incluso plantearme que esto no era para mí, era algo tan simple como un mal ambiente de trabajo. Hoy he podido encontrar y encajar esa pieza.

Cuando llego nueva a un trabajo, acostumbro a observar, preguntar y escuchar. Y poquito a poco, voy ocupando mi espacio, el que me merezco como cualquier otra persona del equipo. Aprendiendo de los demás y enseñando cualquier cosa que pueda estar en mi mano. Porque al final, para mí, un equipo es eso: tener la oportunidad de aprender de quien está a mi lado y enseñarle lo que sé. Y si no lo sabemos, aprenderlo juntos. Bien, eso aquí no pasa.

Pese a que mi compañera se mostrase amigable desde el minuto uno y tuviera el discurso de “no dudes en preguntarme, estoy aquí para ayudarte” yo no conseguía sentirme cómoda. No sabía por qué. Pensaba que quizás me había equivocado viniendo aquí. Pensaba que no estaba hecha para este tipo de trabajo[1], que estar físicamente aislada del mundo me estaba pasando factura, pero parece ser que no era eso. O al menos, no el motivo principal.

Hoy he encontrado la pieza que me faltaba. Y es que, pese a las apariencias y el discurso amistoso de mi compañera de equipo, la realidad ha sido otra desde el primer minuto. La realidad era que cada vez que me acercaba a su mesa a consultarle algo, su lenguaje corporal y su manera de reaccionar no eran sinceramente cordiales. Algo no acababa de encajar. La realidad es que no he sido 100% bienvenida en esa oficina. Y hoy me he dado cuenta.

Todos los compañeros con los que me he cruzado desde que he llegado son de Quebec, es decir que su primer idioma es el francés, no el inglés. Cuando hablaban entre ellos, lo hacían en francés, incluso si solo éramos 3 personas en la sala. Era algo que no me acababa de agradar, pero “es normal, si hablan algo que no va conmigo, ¿por qué iban a hacer el esfuerzo de hablarse en inglés? No seas exagerada, no tiene nada que ver contigo. Todo está bien”. Así que yo seguía buscando esa cosa que no encajaba. Hasta hoy.

Bien, lo que no encajaba es el hecho de que el discurso de la compañera en cuestión era completamente elaborado, obligado, forzado, falso. De palabra en ningún momento me ha negado su ayuda, al contrario. De palabra me ha repetido hasta la saciedad que ella estaba para ayudarme y lo hacía encantada. Entonces, ¿por qué yo sentía que no estaba hecha para esto cada vez que tenía una duda? La respuesta es sencilla. Porque cuando te dicen una cosa, pero actúan de manera completamente opuesta, sientes que la responsabilidad de que no funcione es tuya. Que la otra persona está haciendo todo de su parte. Se ha ofrecido completa y desinteresadamente a ayudarte. Pero cada vez que aparece una duda y la consultas, sientes que lo estás haciendo mal. Te vuelves insegura, no acabas de confiar en ti o en tu instinto. Hasta hoy.

Hoy he podido compartir como me sentía con un compañero con experiencia en otras comunidades que ha venido para una semana como refuerzo. Desde el minuto uno de su llegada sentí que podía compartir y preguntarle sin miedo. Sin que él se ofreciera. Me sentía más cómoda con sus respuestas que con las respuestas de quien se había ofrecido desde el minuto uno a ayudarme. Porque sus intenciones de ayudar y hacer equipo son reales.

Hoy le he comentado que se me hacía muy raro cuando alguien se marchaba de la oficina sin decir nada, sin acercarse con un “hasta luego” antes de salir por la puerta. Aunque fuese en francés. Que yo, en España, incluso aunque no estuviéramos trabajando en la misma cosa, estaba acostumbrada a que la gente dijese “hola” y “adiós” al llegar o marcharse de la oficina. Que si era algo cultural el no hacerlo aquí en Canadá. Y su cara ha hablado sola. Evidentemente, no es algo cultural. La gente aquí en Canadá también acostumbra a decir “hola” y “adiós” cuando se va de algún sitio. Ahí está la pieza que faltaba. No era yo la que estaba en el lugar incorrecto o la que hacía mal las cosas. No salía de mí el motivo por el cual yo no me sentía 100% a gusto en este lugar. El motivo principal por el que me sentía así era que, en el fondo, no estaba siendo aceptada. No formaba parte del círculo de mi compañera y, de manera latente y muy bien disimulada (quizás incluso de manera inconsciente para ella) se me estaba comunicando que soy una extraña, que este no es mi lugar, que no pertenezco. Y no estaba siendo la única, porque la cara de mi compañero, y más tarde sus palabras, me iban a confirmar que no estaba sola, que no estaba loca y que el problema no era yo.

El problema residía en un ambiente de trabajo tóxico, falso, irrespetuoso y competitivo. Un ambiente de trabajo en el que hay personas que se creen superiores a otras por haber estado más tiempo en la comunidad. Personas que, aunque de palabra te están invitando a formar parte, el resto de su lenguaje y sus actos te recuerdan a cada momento que no perteneces y que su posición es superior a la tuya.

Así que, pieza encontrada. ¿Qué voy a hacer con esta pieza? Pues todavía no sé cómo voy a encajarla en el puzzle, eso lo veremos conforme vayan pasando los días, como todo. Lo que sí sé es que el peso que sentía de manera diaria, se ha esfumado casi por completo. La voz que me decía que no estaba en el lugar correcto para mí, se ha callado casi por completo. La inseguridad que sentía al dar cualquier paso o tomar cualquier decisión en el trabajo, ha desaparecido casi por completo. Porque el monstruo ya tiene cara y ojos. Porque aunque aún no tenga la solución, sé a qué me estoy enfrentando. Porque el monstruo ya no da tanto miedo y yo puedo decir que he ganado media partida.



[1] Cosa que realmente es así. Pero no por los motivos que yo pensaba. Yo no veo ni trato a la gente con la que trabajo como clientes. Yo no vendo nada. Mi tarea es estar presente cuando ellos quieran ser acompañados durante un momento más o menos vulnerable de sus vidas. No trabajo con bebés que no saben hacer nada a los cuales hacerle las cosas porque “pobrecitos”. Mi objetivo es reconocer su dolor, su situación, acompañarlos en el proceso de ponerle nombre a eso por lo que están pasando y caminar con ellos para encontrar una solución juntos. Mi trabajo no es decirles qué es lo que está mal y darles la solución. Y aquí se les llama “clientes” y se les va a hacer la compra.

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir tus emociones, tus inquietudes. Ya ves que a menudo el trabajo que uno debe hacer cuando tiene una nueva ocupación no sólo es con los usuarios o clientes. Imagino lo dificil que te habrá resultado encontrar un "punto de control" en un mundo sin referencias. Cuando no conoces los hábitos culturales cómo encaja uno las pautas de conducta... Por suerte eres una mujer sensible y muy inteligente y has sabido ver que tras las palabras dichas en otros idiomas, dichas en otras culturas y dichas a miles de kilometros de tu hogar se escondía una realidad deforme. Debajo de los 8 colchones notaste el guisante en la espalda y no has podido dormir hasta saber que estaba.

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