30 de Abril de 2023
Está casi acabando mi primer fin de
semana aquí, cuatro días desde que llegué y wow, está siendo un
torbellino de emociones de manual. Hasta ahora, el momento más complicado -con
diferencia- ha sido el hecho de que el primer día estuve incomunicada (sin internet
ni cobertura) hasta casi las 9 de la noche. Realmente fue un shock que me dejó
al borde del ataque de ansiedad. Llorando a moco tendido y planteándome si
había cometido un error viniendo aquí haciéndome la aventurera y la valiente.
Sin ser consciente de lo que realmente significaba aceptar un trabajo en un
lugar como éste. Un error que me iba a tener apartada de mi mundo y mi gente
durante seis largas semanas. Un error que, quizás, iba a hacer realidad uno de
mis peores miedos: la soledad impuesta.
En los momentos más bajos, no puedo evitar preguntarme si me he venido muy arriba y he querido abarcar más de lo que realmente soy capaz. Si quizás es demasiado pronto y todavía no cuento con la fuerza suficiente como para hacer frente a un cambio tan grande y a la vez, ser capaz de encontrar el equilibrio entre dejar fluir y gestionar mis emociones. No puedo evitar pensar que quizás es una cagada venir aquí. La sensación de estar atrapada a veces me supera con creces. Hasta que a los cinco minutos soy consciente de el viaje que esto significa (y no solo físicamente) y se me pasa. Hasta que vuelve.
Y volvió. Al final del día he roto a llorar (ya
van 4/4). Mi compañera de equipo, la que me está acompañando en mis primeros
días -la cual yo pensaba que también ofrecía su “amistad” fuera de horas de
trabajo, puesto que ella misma me ha invitado y propuesto planes para mi
estancia- me ha puesto un límite de manera un poco brusca para mí, pidiéndome
que restrinja los mensajes únicamente a emergencias, y que solo le escriba una
vez lo haya intentando yo todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario