Lunes, 8 de mayo de 2023
Iniciamos la segunda semana. Ya no me
siento tan perdida en el trabajo y, además, puedo decir que hoy he encontrado
una de las piezas que me estaban faltando en el puzzle de este viaje. Llevaba
toda la semana dándole vueltas a qué era eso que no me acababa de gustar. Qué
era eso que me tenía incómoda dentro, pero también fuera del trabajo. Y creo
que hoy he encontrado la respuesta. Y un poquito la solución.
Esto me lleva a pensar que la mayoría
de problemas parecen mucho más grandes cuando no consigues acabar de
identificarlos. Una vez identificado, el monstruo da menos miedo. Incluso
cuando la solución sigue siendo difícil o no está ni en tus manos. Saber a qué
te enfrentas, poder ponerle cara y ojos a aquello que no te hacía sentir bien
es ganar media partida.
En mi caso, aquello que me hacía
sentirme incómoda, dudar de si estaba en el lugar que me correspondía o incluso
plantearme que esto no era para mí, era algo tan simple como un mal ambiente de
trabajo. Hoy he podido encontrar y encajar esa pieza.
Cuando llego nueva a un trabajo,
acostumbro a observar, preguntar y escuchar. Y poquito a poco, voy ocupando mi
espacio, el que me merezco como cualquier otra persona del equipo. Aprendiendo
de los demás y enseñando cualquier cosa que pueda estar en mi mano. Porque al
final, para mí, un equipo es eso: tener la oportunidad de aprender de quien
está a mi lado y enseñarle lo que sé. Y si no lo sabemos, aprenderlo juntos.
Bien, eso aquí no pasa.
Pese a que mi compañera se mostrase
amigable desde el minuto uno y tuviera el discurso de “no dudes en preguntarme,
estoy aquí para ayudarte” yo no conseguía sentirme cómoda. No sabía por qué.
Pensaba que quizás me había equivocado viniendo aquí. Pensaba que no estaba
hecha para este tipo de trabajo,
que estar físicamente aislada del mundo me estaba pasando factura, pero parece
ser que no era eso. O al menos, no el motivo principal.
Hoy he encontrado la pieza que me
faltaba. Y es que, pese a las apariencias y el discurso amistoso de mi
compañera de equipo, la realidad ha sido otra desde el primer minuto. La
realidad era que cada vez que me acercaba a su mesa a consultarle algo, su lenguaje
corporal y su manera de reaccionar no eran sinceramente cordiales. Algo no
acababa de encajar. La realidad es que no he sido 100% bienvenida en esa
oficina. Y hoy me he dado cuenta.
Todos los compañeros con los que me he
cruzado desde que he llegado son de Quebec, es decir que su primer idioma es el
francés, no el inglés. Cuando hablaban entre ellos, lo hacían en francés,
incluso si solo éramos 3 personas en la sala. Era algo que no me acababa de
agradar, pero “es normal, si hablan algo que no va conmigo, ¿por qué iban a
hacer el esfuerzo de hablarse en inglés? No seas exagerada, no tiene nada que
ver contigo. Todo está bien”. Así que yo seguía buscando esa cosa que no
encajaba. Hasta hoy.
Bien, lo que no encajaba es el hecho
de que el discurso de la compañera en cuestión era completamente elaborado,
obligado, forzado, falso. De palabra en ningún momento me ha negado su ayuda,
al contrario. De palabra me ha repetido hasta la saciedad que ella estaba para
ayudarme y lo hacía encantada. Entonces, ¿por qué yo sentía que no estaba hecha
para esto cada vez que tenía una duda? La respuesta es sencilla. Porque cuando
te dicen una cosa, pero actúan de manera completamente opuesta, sientes que la
responsabilidad de que no funcione es tuya. Que la otra persona está haciendo
todo de su parte. Se ha ofrecido completa y desinteresadamente a ayudarte. Pero
cada vez que aparece una duda y la consultas, sientes que lo estás haciendo
mal. Te vuelves insegura, no acabas de confiar en ti o en tu instinto. Hasta
hoy.
Hoy he podido compartir como me sentía
con un compañero con experiencia en otras comunidades que ha venido para una
semana como refuerzo. Desde el minuto uno de su llegada sentí que podía
compartir y preguntarle sin miedo. Sin que él se ofreciera. Me sentía más
cómoda con sus respuestas que con las respuestas de quien se había ofrecido
desde el minuto uno a ayudarme. Porque sus intenciones de ayudar y hacer equipo
son reales.
Hoy le he comentado que se me hacía
muy raro cuando alguien se marchaba de la oficina sin decir nada, sin acercarse
con un “hasta luego” antes de salir por la puerta. Aunque fuese en francés. Que
yo, en España, incluso aunque no estuviéramos trabajando en la misma cosa,
estaba acostumbrada a que la gente dijese “hola” y “adiós” al llegar o
marcharse de la oficina. Que si era algo cultural el no hacerlo aquí en Canadá.
Y su cara ha hablado sola. Evidentemente, no es algo cultural. La gente aquí en
Canadá también acostumbra a decir “hola” y “adiós” cuando se va de algún sitio.
Ahí está la pieza que faltaba. No era yo la que estaba en el lugar incorrecto o
la que hacía mal las cosas. No salía de mí el motivo por el cual yo no me
sentía 100% a gusto en este lugar. El motivo principal por el que me sentía así
era que, en el fondo, no estaba siendo aceptada. No formaba parte del círculo
de mi compañera y, de manera latente y muy bien disimulada (quizás incluso de
manera inconsciente para ella) se me estaba comunicando que soy una extraña,
que este no es mi lugar, que no pertenezco. Y no estaba siendo la única, porque
la cara de mi compañero, y más tarde sus palabras, me iban a confirmar que no
estaba sola, que no estaba loca y que el problema no era yo.
El problema residía en un ambiente de
trabajo tóxico, falso, irrespetuoso y competitivo. Un ambiente de trabajo en el
que hay personas que se creen superiores a otras por haber estado más tiempo en
la comunidad. Personas que, aunque de palabra te están invitando a formar
parte, el resto de su lenguaje y sus actos te recuerdan a cada momento que no perteneces
y que su posición es superior a la tuya.
Así que, pieza encontrada. ¿Qué voy a
hacer con esta pieza? Pues todavía no sé cómo voy a encajarla en el puzzle, eso
lo veremos conforme vayan pasando los días, como todo. Lo que sí sé es que el
peso que sentía de manera diaria, se ha esfumado casi por completo. La voz que
me decía que no estaba en el lugar correcto para mí, se ha callado casi por
completo. La inseguridad que sentía al dar cualquier paso o tomar cualquier
decisión en el trabajo, ha desaparecido casi por completo. Porque el monstruo
ya tiene cara y ojos. Porque aunque aún no tenga la solución, sé a qué me estoy
enfrentando. Porque el monstruo ya no da tanto miedo y yo puedo decir que he
ganado media partida.